Prehistoria
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Las excavaciones arqueológicas realizadas de forma sistemática en el recinto interior del castillo de Monturque en la década de los 80 por el profesor López Palomo, pusieron de manifiesto que los orígenes del primer asentamiento humano en el cerro del pueblo se remontan a los años finales del tercer milenio a.C., en la época prehistórica conocida como Calcolítico o Edad del Cobre.
Correspondía este primer asentamiento, al parecer, a unas comunidades agro-ganaderas, con una residual actividad cinegética, que fijaron aquí su residencia, formando una especie de poblado con cabañas circulares con zócalo de piedra sobre el cual se levantarían las paredes de adobe y ramaje trabado con barro, comenzando de esta forma a desarrollar los rudimentos de una vida urbana en común y que debieron alcanzar cierto grado de desarrollo a juzgar por los abundantes hallazgos de diversos materiales y útiles relacionados con ese período.
Entre esos descubrimientos, destaca la aparición de gran cantidad de fragmentos de cerámica del tipo «Vaso Campaniforme», lo que convierte a este yacimiento en uno de los focos decisivos en el estudio del final de la Prehistoria andaluza.
A esta fase inicial de ocupación se superpuso un poblamiento de plena Edad del Bronce, que se desarrolló entre el segundo y el primer milenio a.C., a lo largo del cual continuó el hábitat ocupacional, correspondiéndose precisamente el final de este período con uno de los momentos estelares de la vida del poblado monturqueño, relacionado de alguna manera con la cultura tartésica del extremo occidental de Andalucía. En esta fase se confirma la dedicación esencialmente agrícola de la comunidad, debido al hallazgo de algunos hornos de panificación y otros signos evidentes de la existencia de alguna forma de explotación del cultivo del acebuche, así como la aparición de un amplio repertorio de cerámica, todavía de elaboración a mano y de superficie bruñida.
Posteriormente, se dio una ocupación ininterrumpida del lugar hasta llegar a la Cultura Ibérica, con la característica existencia en ese período de un poblado con una situación totalmente estratégica en lo alto de un cerro-testigo, con su acrópolis, sus murallas defensivas, sus escarpes, y un río discurriendo por su falda que le serviría como especie de foso. La típica cerámica ibérica hecha a torno con decoración lineal roja y negra se encuentra por toda la cima del cerro.
Edad Antigua
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Durante la dominación romana la población debió alcanzar gran importancia, como lo atestigua la gran cantidad de restos arqueológicos encontrados en todo el término municipal y las edificaciones de aquella época que todavía se conservan, lo que avala la hipótesis de la existencia en Monturque y sus alrededores de un prominente y numeroso asentamiento humano. Desde su ubicación se controlaba el cruce de la importante Vía Anticaria, con las procedentes de Iponuba (Baena), Ucubi (Espejo) y Ategua (Santa Cruz). Sin embargo, aún no ha sido posible determinar cuál fue su verdadero nombre durante ese período, habiéndose identificado con diferentes ciudades como: MERUERA, TUCCI-VETUS, SPALIS, SORICARIA, e incluso algunos historiadores la consideran como la propia MUNDA romana, pero por el momento no pasan de ser meras conjeturas.
Entre las edificaciones de este periodo que se conservan destaca sobre todo la Gran Cisterna por su importancia, estado de conservación y magnitud. Por las características que podemos apreciar, estas Cisternas presentan una gran similitud con otras conocidas en el mundo romano, como el «Cisternone» de Albano en Castelgandolfo (Roma, Italia), las de Cherchell (Argelia), Bordj Djedid (Túnez). Además de la Gran Cisterna, sin duda una obra de carácter público, se conservan en Monturque otras ocho de pequeño tamaño y características similares entre sí que debieron pertenecer a viviendas privadas. También encontramos un posible distribuidor de aguas y otros edificios públicos como el Criptopórtico y los restos de unas Termas públicas, en el lugar conocido como «Los Paseíllos», en lo más alto de la población.
Si situamos todos estos edificios y restos en un plano de la ciudad que dichas obras no están distribuidas arbitrariamente, sino que presenta una alineación entre ellos que parece obedecer a una cuidada ordenación urbanística de la ciudad.
A unos 50 m. al Norte del pueblo, a orillas de su escarpe, localizamos el yacimiento denominado «la pedriza de Las Pozas», o simplemente «Las Pozas». En este lugar afloraron en 1948 una serie de restos materiales de época romana correspondientes a una Necrópolis, que estaría ubicada extramuros del antiguo Monturque. Entre los numerosos objetos encontrados en este yacimiento destaca una cama de freno con representación de un caballo realizado en bronce y que actualmente se conserva en el Museo Arqueológico Provincial de Córdoba.
Posteriormente, se dio una ocupación ininterrumpida del lugar hasta llegar a la Cultura Ibérica, con la característica existencia en ese período de un poblado con una situación totalmente estratégica en lo alto de un cerro-testigo, con su acrópolis, sus murallas defensivas, sus escarpes, y un río discurriendo por su falda que le serviría como especie de foso. La típica cerámica ibérica hecha a torno con decoración lineal roja y negra se encuentra por toda la cima del cerro.
De entre los vestigios de época romana encontrados en el actual término municipal, destaca el busto-hermes doble, procedente de una finca próxima a «El Cañuelo» que también se conserva en dicho Museo, ocupando un lugar privilegiado en sus vitrinas. Muestra esta escultura de mármol blanco una cabeza de Júpiter-Ammon por un lado, y una cabeza juvenil imberbe por el otro, cuya identificación resulta problemática. Esta obra está fechada entre el siglo I y la primera mitad del siglo II d.C.
Otro importante yacimiento de época romana localizado en el término de Monturque es el descubierto en 1970 en el pago de «Los Torilejos», a unos 1.500 m. de la población. En este lugar se llevó a cabo una actuación arqueológica gracias a la cual se recuperaron seis deteriorados mosaicos con decoración geométrica y diversidad de colores que pavimentaban amplias salas, cuyos cimientos afloraron en algunas partes, pudiéndose observar la presencia de un hipocausto. El mayor de los mosaicos debió tener originariamente unas dimensiones de 12 m. x 9,75 m. Asimismo se encontraron en este yacimiento basas y fragmentos de fustes de columnas de mármol, abundante cerámica y monedas, sobretodo de los siglos III y IV d.C. Todo ello induce a pensar en la presencia de una villa romana en este lugar, probablemente de época bajo imperial.
Las tierras que constituyen el actual término de Monturque fueron, indudablemente, objeto de una intensa ocupación a lo largo de la época romana. Además de los citados, existen en el término de Monturque numerosos yacimientos romanos de menor importancia, como el Sepulcro romano de «El Cislillo» y las posibles villas romanas de «Las Campiñuelas», «La Herradora», donde podrían estar ubicadas dos necrópolis, «La Campana», «El Tesorillo», «Las Majadas» y «La Isla de la Moza» donde se encontraron numerosas monedas, cerámicas, restos de mosaicos y un curioso grupo de figuritas de terracota con formas humanas.
En cuanto a los documentos epigráficos que se relacionan con el Monturque romano y procedentes de su actual término municipal, tenemos tres inscripciones. La primera de ellas se descubrió en pleno centro del pueblo en el siglo XVIII y se trata de una inscripción funeraria en la que aparecen mencionados dos libertos, hombre y mujer: Marcus Fuficius Rufinus y Fuficia Copi. La segunda inscripción se encontró en 1965 en las «Laderas» al sureste del pueblo. Se trata de una dedicación a Mercurio, dios protector del comercio, artesanado y viajeros, emisario de los dioses y mensajero de Júpiter. Por el tipo de letras que presenta puede datarse en el siglo III d.C. Por último, en 1992 se encontró un ara dedicado a Júpiter en la intervención de las Termas de «Los Paseíllos». Los dos últimos se encuentran actualmente en el Museo Histórico Local de Monturque y de la primera desconocemos su paradero.
Una vez analizados los documentos y restos de época romana localizados hasta el momento en Monturque y su entorno podemos afirmar que en este lugar se asentó un poblado fortificado ibérico cuyo desarrollo posterior aparece ligado al proceso de romanización.
El período republicano viene marcado por el enfrentamiento entre cesarianos y pompeyanos en el 45 a.C., decisivo episodio de las guerras civiles del final de la República romana y que según las fuentes literarias que nos informan acerca de este conflicto, se desarrolló en emplazamientos más o menos próximos al antiguo Monturque. Con la victoria de César toda la Hispania experimentó un giro radical en muchos aspectos.
En la etapa imperial, Monturque estuvo integrado en la Provincia Hispania Ulterior entre los años 197 y 27 a.C. A partir de esta fecha en la Provincia Baetica. A su vez estaba integrado en el Conventus Astigitanus. En torno a los años 73-74 d.C., el Monturque romano se organizó como municipio de derecho latino. Esta organización tendría un carácter provisional hasta que se promulgase su correspondiente carta de municipalidad. Todo esto nos da idea de que en la época Flavia, Monturque poseía ya unas formas de vida muy romanizadas. Esta municipalización supuso un gran florecimiento para la ciudad y seguramente vino acompañada de numerosas obras de mejora como pudieran ser algunas de las grandes edificaciones que se conservan. Esta situación cambió en el siglo III d.C. cuando se hizo presente una aguda crisis económica en todo el Imperio que trajo como consecuencia la decadencia del régimen municipal y el progresivo abandono de las formas de vida urbana, estableciéndose las oligarquías ciudadanas en lujosas villas en el campo, como la mencionada anteriormente de «Los Torilejos».
Edad Media
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La población musulmana de Monturque estuvo instalada sobre un anterior asentamiento romano y compuesta, al menos desde la época de los Omeyas, por diversas tribus beréberes que residieron en el lugar hasta el siglo XIII. La Torre del Castillo, construida parcialmente sobre cimentación romana, manifiesta un claro origen musulmán, aunque fuera reedificada en la Baja Edad Media.
Debemos mencionar, no sólo por ser importante sino también por lo que encierra de leyenda, que se sitúa en Monturque el lugar donde el Cid Campeador, al frente de las tropas del rey moro sevillano al-Mu´tamid, derrotó allá por el año 1079 a las del rey moro de Granada, encabezadas por otros cuatro caballeros castellanos. Según la tradición, los parajes existentes en su término municipal conocidos como «La Piedra del Cid» y «Cid-Toledo», deben su nombre a esta sonada victoria.
… y es, que antes de darse la batalla, asentó el Cid sus reales, orillas del río Cabra, por bajo de la torre y villa de Monterique, cosa de un cuarto de legua de la actual población, en un campo situado al nordeste, al cual domina el elevado peñasco que apellidan, Piedra del Cid Campeador…
Pero entrando realmente en épocas históricas más conocidas, podemos comentar que tras su reconquista, en torno a 1240, Monturque recibió en un principio el mismo fuero real de Córdoba, hasta que pocos años más tarde el rey Alfonso X lo cediera, junto con la villa de Aguilar, a don Gonzalo Yáñez Dovinal, rico caballero portugués que colaboró con Fernando III en la conquista del valle del Guadalquivir. De esta forma, Monturque, al igual que lo fueron otras muchas poblaciones cordobesas, se convirtió pronto en un pueblo de señorío, con los diversos aspectos y consecuencias que ello llevaba consigo, aunque ignoramos por cuanto tiempo, porque en 1273, el adalid Martin Sánchez y su esposa doña Munia, dieron a su nieto don Lope la mitad de la Torre de Monturque.
En 1333 aparece citado como castillo de Gonzalo Yáñez de Aguilar, desde el que éste guerreaba contra los cristianos al haberse pasado al servicio del rey de Granada, según testimonia la Crónica de Alfonso XI.
Después de la desaparición del primer linaje de Aguilar por causas naturales, Monturque siguió el mismo destino que Aguilar hasta que en 1357 el rey Pedro I decidiera entregarlo, segregado de la villa mencionada, a su fiel partidario Martín López de Córdoba formando una entidad señorial con personalidad propia. Sin embargo, esta situación no perduró mucho tiempo, pues con ocasión de la guerra civil, Enrique II de Trastámara dispuso en 1367 que Monturque se incorporara junto con Aguilar, Montilla y Cabra, a los dominios que Gonzalo Fernández de Córdoba estaba forjando sobre el solar del antiguo señorío de Aguilar.
Desde entonces y durante toda la Baja Edad Media, Monturque seguiría perteneciendo al estado de la Casa de Aguilar y aunque subsistía como fortaleza, se encontraba prácticamente despoblado. Ese estancamiento se debió posiblemente al interés de que los titulares del señorío mostraron por otros núcleos integrantes de su estado, como la propia Aguilar, y sobre todo Montilla, localidad que pasó a convertirse en su residencia.
Habrá que esperar a la segunda década del siglo XVI para tener ya documentos que se manifiestan sobre la entidad de Monturque. Los más antiguos, los conservados en el Archivo Municipal de Monturque, son del año 1519 y ya consideran a esta localidad como Villa.
Edad Moderna
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Durante este período, la villa fue parte integrante del Marquesado de Priego, fundado por concesión de los Reyes Católicos en 1501.En 1558 tenía 248 vecinos, lo que supone un aumento considerable con respecto a los 161 vecinos que tenía en 1530. Tales cifras vienen a poner de manifiesto que la villa de Monturque vivió a lo largo de una buena parte del siglo XVI un importante proceso de expansión demográfica. En esta época debió construirse la Iglesia Parroquial de San Mateo. Esta expansión demográfica se vio cortada a lo largo de la centuria siguiente, en la que una profunda crisis se tradujo en una drástica reducción del vecindario.
En 1709 pasó a depender de la Casa Ducal de Medinaceli, por unión de ambos linajes. A lo largo de esos años, Monturque terminaría por consolidarse definitivamente como municipio, superando las tremendas crisis demográficas que se sucederían durante todo del siglo XVII y primera mitad XVIII, y que afectaron sobremanera a la población. Entre ellas, cabe mencionar la originada por la terrible epidemia de peste de 1681, que supuso la desaparición de una quinta parte de sus efectivos humanos, y los difíciles años de la Guerra de Sucesión de principios del siglo siguiente, durante la cual la villa fue leal a la causa de Felipe II, por lo que en 1717 recibió de éste el dictado de Lealtad.
Edad Contemporánea
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El inicio de esta época supuso para Monturque la desvinculación señorial. Su escasa población a mediados del siglo XIX (640 personas) no impidió el surgimiento de una interesante dinámica social en la villa durante buena parte del periodo.
Ya a principios del siglo XX, merece mención la formación de la asociación «El Porvenir», que aglutinó a los artesanos o el pujante movimiento sindical obrero que se vivió en Monturque en aquellas fechas, y que alcanzó su momento más álgido con las huelgas campesinas de los años 1918 y 1919.
Durante la Dictadura de Primo de Rivera, Monturque vivió una etapa de cierto crecimiento demográfico, ya que pasó de los 2000 habitantes de 1923 a los 2210 en 1930. En lo que a la vida política se refiere, un dato la caracteriza: la inestabilidad, ya que en seis años se suceden al frente del municipio varios alcaldes, ninguno de los cuales llega a disfrutar del tiempo necesario para marcar con su impronta la vida municipal. También tuvieron lugar algunos enfrentamientos entre las autoridades municipales, inusuales en el panorama político del momento.
Ya en 1936, el inmediato triunfo de los elementos afines al levantamiento militar se inició con una represión de las fuerzas sociales más activas y de todas aquellas personas alineadas con el bando republicano. Después de la Guerra Civil, la villa volvió a vivir un incremento demográfico, alcanzando los 2792 habitantes en el año 1940.
En las décadas de los cincuenta y sesenta, la villa sufrió las consecuencias de una importante emigración, dirigida fundamentalmente hacia la capital de la provincia, a Madrid y hacia Cataluña, la cual se vio en parte mitigada en los siguientes años con la llegada de algunas familias procedentes de los terrenos afectados por la construcción del pantano de Iznájar, habiendo comenzado en la actualidad un lento y esperanzador crecimiento, tanto a nivel social como de desarrollo económico.
Personajes ilustres
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Entre los personajes más relevantes de nuestra localidad a lo largo de su histotria que merecen mención, comenzaremos citando en primer lugar y como hecho anecdótico, el nombre de los dos primeros habitantes de Monturque, desconocemos si naturales o no, de los que tenemos noticia escrita. Se trata de MARCUS FUFICIUS RUFINUS y de FUFICIA COPI, dos ciudadanos de época romana, de alrededor del siglo I d.C., cuyos nombres aparecieron en la lápida de su enterramiento descubierto en pleno centro del pueblo.
En la última etapa de la reconquista, en concreto con ocasión de la incursión nazarí de 1483 contra la vecina ciudad de Lucena, las crónicas hablan de la destacada actuación que tuvieron en la batalla algunos monturqueños, como los hermanos JUAN y CRISTÓBAL RUIZ VAQUERO, familia que al parecer tenía hondas raíces en nuestra población.
Al siglo XVI pertenecen JUAN BARROSO, capitán del ejército conquistador de México, y LUIS HERRERA DE LARA, del Real Consejo de Su Majestad Felipe III, ambos naturales de Monturque.
Como curiosidad, citar el nombre de DIEGO TÉLLEZ, primer monturqueño del que se tienen noticias de su traslado a las islas Filipinas como criado de un fraile de la orden de Santo Domingo, en el año 1631.
Algunos años más tarde, en concreto en 1635, el presbítero JUAN HERNÁNDEZ DE ALBA, nacido en Monturque, que viajó al continente americano, donde llegó a ser obispo de la importante ciudad de Cuzco.
En la primera mitad del setecientos, aparece la figura de MANUEL DE BENAVIDES, rico propietario local que durante más de treinta años ocupó diferentes cargos en el Consejo Municipal, influyendo decisivamente en los diversos aspectos de la vida local de aquel período.
De época más reciente, destacar el nombre del que fuera alcalde de este pueblo durante más de treinta años, RAFAEL DE LARA JIMÉNEZ, que desde su cargo en el Ayuntamiento, entre el último cuarto del siglo XIX y los primeros años del siglo XX, realizó un ingente trabajo bajo una complicada situación política y social, siendo el precursor de los primeros descubrimientos arqueológicos y estudios históricos realizados con la población. La calle que sube desde la Plaza de la Constitución hasta la Parroquia de San Mateo y la parte más alta del pueblo lleva su nombre.
Entre los artistas locales, cabe destacar la figura de ANTONIO REYES PÉREZ, pintor y escultor que nació en Monturque en 1909. Empezó a trabajar en la escultura a los 17 años, aunque su verdadera vocación era la de ser pintor. Estudió Bellas Artes en Madrid. Continuó sus estudios en Córdoba donde consigue el título de Profesor de Dibujo. Con un tribunal preparado para seguir estudiando en Roma, el estallido de la Guerra Civil rompe sus sueños. Durante la contienda cae en zona roja, sufriendo cárceles y campos de concentración y quedando finalmente absuelto de todo. Después de la guerra comienza su etapa de más trabajo, especialmente en la restauración de imágenes que sufrieron desperfectos durante la misma. Regresa a Monturque, donde realiza algunas obras, como la Virgen de los Dolores, San Juan y San José, todas ellas en la Ermita del Santo Cristo. Otras obras de interés que realizó fueron un gran Corazón de Jesús para El Ecuador, San Isidro para Cañete de las Torres y numerosas obras para colecciones privadas. También partició en el monumento al «Vuelo del Plus Ultra» en Madrid. Por último el monumento que se encuentra en la Plaza de la Barrera de Monturque es un proyecto de su creación. Falleció en Madrid en 1.993 siendo enterrado en Granada, junto a los restos de su esposa.
Mencionar también el nombre de la entrañable maestra de escuela CARMEN CORPAS LÓPEZ, que aunque no natural de Monturque, desde su temprana llegada allá por los años treinta, desarrolló una incansable labor pedagógica a lo largo de varias generaciones, y siempre entre las primeras edades que accedían a la educación. Precisamente, la calle donde se encuentran las viviendas conocidas como «de los maestros», lleva su nombre en reconocimiento de la misma.