Extramuros de la villa, en el sitio más elevado del paraje y rocoso promontorio conocido como la «Madre de Dios», un viejo muro de mampostería con forma irregular (entre 3,50 y 4,50 m de largo; 5,50 de alto y 0,80 m de ancho), desafiante al paso de los años y casi a la ley de la gravedad, constituye el signo más visible que aún se conserva de lo que fue la ermita de Nuestra Señora de la Cabeza.
Se sabe que fue gravemente afectada por el fuerte terremoto que, el 9 de octubre de 1680, sacudió de forma extraordinaria toda la zona sur de la península ibérica.